Octavio Paz |
El golpe de estado y el posterior alzamiento militar que tuvo lugar en España del 18 de julio de 1936, se vio, interpretó y condenó de forma unánime desde todas las naciones libres y democráticas.
Reproduzco a continuación parte del discurso pronunciado por Octavio Paz en París, el 19 de julio de 1951, compartiendo tribuna con Albert Camus y en el que a modo de colofón se leyeron varios poemas de Antonio Machado.
“La fecha que hoy reúne a los amigos de los pueblos hispánicos preside, como un astro fijo, la vida de mi generación, luz y sangre. Así permitidme que recuerde lo que fue para mí, y para muchos hombres de mi edad, el 19 de julio de 1936. Nada más distinto que tener veinte años en 1951 que haberlos tenido en 1936. En aquella época todo nos parecía claro y neto. No era difícil escoger. Bastaba con abrir los ojos : de un lado, el viejo mundo de la violencia y la mentira con sus símbolos : el casco, la cruz,.....; del otro, un rostro de hombre, alucinante a fuerza de esculpida verdad, un pecho desnudo y sin insignias. Un rostro, miles de rostros y pechos y puños. El 19 de julio de 1936 el pueblo español apareció en la historia como una milagrosa explosión de salud. La imagen no podía ser más pura : el pueblo en armas y todavía sin uniforme. Algo tan increíble e inaudito y , al mismo tiempo, tan evidente como la súbita irrupción de la primavera en un desierto. Como la marcha triunfal del incendio. El pueblo – vulnerable y mortal -, pero seguro de si y de la vida, La muerte había sido vencida. Se podía morir porque morir era dar vida. Cuerpo mortal : cuerpo inmortal. Durante unos meses vertiginosos las palabras, gangrenadas desde hacía siglos, volvieron a brillar, intactas, duras, sin dobleces. Los viejos vocablos – bien y mal, justo e injusto, traición y lealtad – habían arrojado al fin sus disfraces históricos. Sabíamos cual era el significado de cada uno, tanta era nuestra certidumbre que casi podíamos palpar el contenido, hoy inasible, de palabras como libertad y pueblo, esperanza y revolución. El 19 de julio de 1936 los obreros y campesinos españoles devolvieron al mundo el sabor solar de la palabra fraternidad. Desde México veíamos arder la misma hoguera. Y las llamas nos parecían un signo: el hombre tomaba posesión de su herencia. El hombre empezaba a reconquistar al hombre.
El rasgo original del 19 de julio reside en la espontaneidad fulminante con que se produjo la respuesta popular. La sublevación militar había dislocado toda la estructura del Estado español. Despojado de sus medios naturales de defensa – el ejercito y la policía – el gobierno se convirtió en un simple fantasma : el del orden jurídico frente a la rebelión de una realidad que la República se había obstinado en ignorar. El gobierno no tenía nada que oponer a sus enemigos. Y en este momento aparece un personaje que nadie había invitado : el pueblo. La violencia de su irrupción y la rapidez con que se apoderó de la escena no solo sorprendió a sus adversarios sino también a sus dirigentes. Las organizaciones populares, los sindicatos, los partidos y eso que la jerga política llama el “aparato” fueron desbordados por la marea. En lugar de que otros, en su nombre y con su sangre, hicieran la historia, el pueblo español se puso a hacerla, directamente, con sus manos y su instinto creador. Desapareció el coro : todos habían conquistado el rango de héroes. En unas cuantas horas volaron en añicos muchos esquemas intelectuales y mostraron su verdadera faz esas teorías, más o menos maquiavélicas y jesuiticas, acerca de la “técnica del golpe de estado” y la “ciencia de la revolución”. De nuevo la historia reveló que poseía más imaginación y recursos que las filosofías que pretenden encerrarla en sus prisiones dialécticas. Lo que ocurrió en España el 19 de julio de 1936 fue algo que después no se ha visto en Europa : el pueblo, sin jefes, representantes e intermediarios, asumió el poder. No es este el momento de relatar como lo perdió, en doble batalla.”
Benito Sacaluga
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