1 de enero de 2014

UN MARCO Y UN CALENDARIO





Una vez muerto Franco, España quedó en manos de aquellos que habían compartido con él los ilícitos beneficios de su larga dictadura, el poder nunca lo compartió con nadie, solo las muertes de los inocentes, él firmaba todas las sentencias de muerte con pulso firme. Sin duda su ausencia representaba un problema para todos aquellos que gozaban de privilegios. Su sucesor ya estaba designado y el ejército dispuesto a que así fuese. Solo quedaba organizar un estado que permitiese a los poderosos continuar siéndolo. Los españoles solo contábamos como meros espectadores a los que hacer aplaudir antes, durante y al final de la representación.

La libertad política en esos momentos se consideró como un objetivo logrado en lugar de un medio permanente, sin comprender que dicha libertad solo tiene el adecuado valor y utilidad si sirve como tránsito continuo de un orden imperfecto a otro mejor. Se liberaba a los españoles del antiguo régimen, un orden injusto y se devolvieron sobre el papel parte de los derechos secuestrados, la posibilidad de elegir democraticamente al Jefe del Estado quedó cercenada. Se puso en marcha la denominada transición sin que nadie cayese en la cuenta de que sus protagonistas políticos pretendían consolidarse en el nuevo estado en lugar de aceptar un papel transitorio, tal y como habría sido deseable por la ciudadanía y como de alguna manera se hizo creer a la opinión publica. Los cambios que debían garantizar la recuperación de los derechos y libertades, la vuelta de la República, eran imposibles de lograr a corto plazo existiendo un monarca coronado con el apoyo del ejército, la oligarquía y todos los partidos políticos, incluso con la de aquellos de vocación y pasado republicano. En cuanto al regreso de un régimen republicano nos quedamos, como mucho, en un estadio transitorio, una posada en medio de un camino que nadie suponía tan largo. Desde entonces, para los republicanos, todas las instituciones de la actual democracia llevan en la cara un rictus de provisionalidad, pero no conseguimos cambiarlas, quizás ni lo hemos intentado adecuadamente.

Es preciso avanzar.  No basta con una legislación de derechos comunes y mínimos, es necesario crear  un nuevo orden, una nueva estructura social, una nueva jerarquía. La nueva aristocracia surgida de la transición debe desaparecer junto con la tradicional. Es necesario que la idea republicana deje de ser una isla imaginaría flotando entre la realidad y el deseo. Que deje de ser como un bello cuadro desmerecido por la ausencia de un marco que lo contenga y que a causa de dicha carencia los espectadores den más valor a obras menores con excelentes y dorados marcos. El contenido de un lienzo sin marco parece derramarse por sus cuatro lados y perderse en la atmósfera. Es necesario un marco para la idea, un marco que no sea simplemente un adorno, sino un fuerte continente que lo transporte y evite los desperfectos. No caigamos en la tentación de ser como aquellos que nos gobiernan, de ser como las monarquías, una completa nada soportada por un inmenso y pesado marco dorado, para que así los espectadores no presten atención a la consistencia o banalidad de lo pintado y centren su atención en lo accesorio e inútil. El marco republicano ha de ser sencillo y su función debe ser, repito, la de continente y elemento protector de las ideas que enmarca.

Ya tenemos la pintura, la obra está lista para ser expuesta al gran público, lleva sesenta y cuatro años oculta en los depósitos de la esperanza. Es hora de que se muestre y debe mostrarse enmarcada. No como la obra de un artista novel, sino como lo sería una reconocida obra de arte ya admirada y encumbrada.

Del panorama político actual no vamos a poder conseguir el marco adecuado. El principal partido de la oposición ya se ha mostrado partidario de la continuidad de la monarquía y además su aburguesamiento traería consigo una república imperfecta. Izquierda Unida empieza ahora a acariciar la posibilidad de gobernar en coalición y no se arriesgará con "experimentos". Nos quedan los partidos abiertamente republicanos pero no son formaciones a nivel nacional. ¿Que nos queda?

De ser ciertas las encuestas, un diez por ciento de la población votaría a un partido republicano en unas elecciones generales. Pero no valdrían las coaliciones, no serian el marco adecuado, un marco imperfecto que desviaría la atención sobre la idea principal. Las siglas ya juzgadas no valen. El marco ha de ser únicamente medio de transporte y protección.

Como siempre que la unión es fundamental el gran problema es la fragmentación. A pesar de la ingente cantidad de ciudadanos que diariamente reclaman un cambio, el cambio no se inicia a causa de la ausencia de un marco que los una y refuerce. La gran fuerza queda diluida entre la suma de muchas que aún teniendo la misma componente presentan sentidos de marcha diferentes que impiden el avance correcto. Franquicias auto concedidas y sin dirección común.

Difícilmente conseguiremos que la opción republicana prospere eficazmente si no es mostrada adecuadamente a los que la tienen que avalar con su voto.

Hoy comienza un nuevo año y el calendario republicano está vació de compromisos y de la imagen que lo haría diferente a los demás. Solo la nostalgia de un 14 de abril pretende llenar todo un año que se perderá si no trabajamos en la dirección correcta. Deberíamos ir llenando cada día de este calendario y que sus páginas nos muestren la identidad de quienes van a cumplir lo anotado en sus casillas.

Benito Sacaluga



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