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(1) El término comunismo, el vocablo en si, aparece en Francia hacia 1830 para definir a los seguidores de François Babeuf (1760-1797), político jacobino radicalizado que lideró la fracasada “Conspiración de los Iguales”, fue ejecutado poco antes de que Napoleón asumiera el poder en Francia.
El vocablo se difundió con rapidez por toda Europa. En Gran Bretaña lo introdujo John Barmby en 1841 al fundar la “London Communist Propaganda Society”.
El vocablo socialismo tiene sus primeras referencias entre 1833 y 1834 apareciendo simultáneamente en Francia y Gran Bretaña con similar campo semántico que el comunismo: oposición al egoísmo “individualista” y preocupación por la cuestión social en las ciudades industriales, pobreza extendida, trabajo infantil, hacinamiento insalubre, etc.
En su origen el comunismo denotaba un ideal moral: la búsqueda de la pacífica comunidad de vidas y haciendas supuestamente perdida por un progreso histórico repleto de injusticias. Poco después en 1848, de la mano del pensador alemán Karl Marx (1818-1883), pasó a definir una doctrina filosófica basada en el análisis de la economía capitalista y generadora de un programa de acción sociopolítica. Finalmente, a partir de 1917 y con el político ruso Vladimir Illich Ulianov, alias Lenin (1870-1924), identificó una práctica de gobierno del Estado de estructura monopartidista, orientado a la supresión de la propiedad privada y las clases sociales.
La doctrina moderna del comunismo, su segunda acepción semántica, está ligada a la vida y obra de Karl Marx, sobre todo al folleto El Manifiesto Comunista, publicado en Londres en 1848 por la llamada Liga Comunista. En el momento de su redacción, Marx ya había formulado las bases filosóficas de lo que denominó “concepción materialista de la historia” o “materialismo histórico”: la economía política era el fundamento de la sociedad sobre el que se elevaba su “superestructura jurídica y política” y las formas derivadas de “conciencia social”. A su juicio, el desarrollo del capitalismo industrial, promotor de la nueva polarización social entre burgueses (dueños del capital cada vez más ricos) y proletarios (obreros explotados cada vez más miseros), creaba las condiciones para la implantación de un modelo social sin clases mediante la anulación de la propiedad privada y la implantación del mercado planificado por el Estado (fase socialista). La conocida consigna final del manifiesto ¡Proletarios de todos los países, uníos! era un llamamiento a la acción revolucionaria internacional de una clase definida en términos económicos.
La tercera y decisiva acepción del término “comunismo” lleva la impronta de Lenin, director de la toma insurreccional del poder durante la Revolución de octubre de 1917. La variante leninista del marxismo empezó a cuajar a principios del siglo XX. Las tesis de Lenin, marginales en el socialismo europeo, encontraron su oportunidad única después de que la Gran Guerra socavara la estabilidad del zarismo y de la propia sociedad rusa. El colapso imperial en febrero de 1917 generó una situación de "doble poder" en la que el Gobierno provisional de partidos burgueses disputaba la autoridad efectiva con nuevos organismos de representación municipal y comarcal (los soviets o juntas abiertas de obreros, campesinos y soldados). En ese contexto histórico, ante la perspectiva de un nuevo invierno de guerra y hambre, Lenin apostó por una insurrección militar para sustituir al vacilante Gobierno de Kerensky e instaurar "la dictadura del proletariado".
Aunque los bolcheviques eran pocos en Petrogrado (unos 15.000 militantes) y todavía menos en la inmensa Rusia (80.000 para 175 millones de habitantes), consiguió articular un programa que aunaba los deseos básicos de amplios sectores de población: paz (poner fin a la guerra con Alemania), pan (remediar la crisis de abastecimiento alimenticio) y tierra (dar a los campesinos las propiedades del zar, la nobleza y la iglesia ortodoxa). Y mediante la consigna ¡Todo el poder a los soviets! también ofreció una alternativa institucional que sustituyese a la desplomada Administración imperial.
El 25 de octubre de 1917 las milicias armadas bolcheviques tomaron el casi desguarnecido Palacio de Invierno de Petrogrado, el golpe triunfó con mínimas bajas, nueve gubernamentales y seis atacantes bolcheviques. Ya en el poder Lenin disolvió la recién elegida Asamblea Constituyente. De este modo, la toma del poder en octubre de 1917 inauguró una nueva fase en la historia de Rusia.
En 1922, con Lenin enfermo, Iósif Stalin fue consagrado secretario general del partido. En 1924 fallece Lenin, para entonces el edificio de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ya estaba en vigor. La lucha por la sucesión de Lenin se establece entre Stalin y Trotsky, finalmente, en 1927, Stalin se convierte en el líder carismático, en el nuevo“zar rojo”.
El modelo comunista soviético persistiría hasta su desplome en el bienio 1989-1991, tras vivir su edad de oro al compás de la victoria en la II Guerra Mundial y de los procesos de descolonización. No en vano, la primera permitió la imposición de su hegemonía sobre la Europa oriental liberada por el Ejército Rojo, mientras que lo segundo propició el surgimiento de nuevos regímenes hermanos en China (1949) y otros países asiáticos (Vietnam, Corea), africanos (Angola) o incluso americanos (Cuba).
(1) Extractado de "Un siglo de comunismo: idea, doctrina y práctica", Autor: Enrique Moradielos. Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura. publicado en tintaLibre. núm.: 44.(Febrero 2017)
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