(1) Si a casi todos nos gustan las películas de atracos, si el cine ha hecho del ladrón de bancos una figura mítica imprescindible, es porque siempre intentamos corregir los desajustes de la realidad mediante el truco de la ficción. O dicho de otra manera, porque entre dos formas establecidas de robar, los ciudadanos de a pie elegimos la pequeña, la romántica, la que hace menos daño. Desde el 2008 hemos asistido impotentes a un robo a escala planetaria en que la banca nos ha metido la mano en el bolsillo, nos ha arrebatado los ahorros y el futuro, y luego nos ha echado la monserga de que la culpa es toda nuestra, por vivir por encima de nuestras posibilidades, como si hubiéramos comprado cada uno dos áticos. Para remate de este latrocinio mundial, en Europa los tipos que manejan los billetes no sólo deciden a su antojo sobre la política y la economía de cada país sino que han dado dos incruentos golpes de estado, uno en Grecia y otro en Italia, quitando a los líderes electos y colocando títeres de la banca en su lugar, mientras el público nos seguimos chupando el dedo. Como en el cine, comiendo palomitas.
Aquí, como siempre, el fenómeno se ha vivido de un modo peculiar, muy español, que por algo Spain is different. Más que una estafa kilométrica, un robo limpio o un butrón bursátil de alta tecnología, lo que ha habido es un palo a la española, un atraco a las tres, un dame algo que luego te lo devuelvo, un timo de la estampita de ésos en los que Tony Leblanc bizqueaba y babeaba debajo de una boina mientras le endosaba a un pobre paleto recién desambarcado en la estación de Atocha un maletín de recortes de periódico. Entre Solbes, Rato, Montoro, Guindos y unos cuantos altos ejecutivos de la banca, todos también debajo de la misma boina, se lo han llevado crudo, del verbo crujir: más de 60.000 millones de euros públicos, o sea, suyos y míos, de los cuales todavía no hemos recuperado ni un 4%. Ni lo vamos a recuperar. La verdad es que, con esos intereses, nos habría salido más barato recurrir a la familia Tataglia.
No sé si recuerdan aquella promesa que hizo Mariano allá por junio de 2012, hace ya más de dos años, cuando dijo que el rescate pedido a Europa era un crédito a la banca y que lo iba a pagar la banca. Probablemente no la recuerden, porque las promesas marianas llevan debajo una letra pequeña que no la entiende ni el propio Mariano, pero que viene a decir que se autodestruirá a los cinco segundos y que mejor no usarla ni para recoger una caquita de perro, porque se va a romper de frágil que es y se le queda a uno la mano llena de promesa. Ahora se comprende cómo es que no había dinero para las pensiones, ni para los hospitales, ni para los colegios, ni para ayudas sociales: había que empedrar de oro los suelos de los bancos en cuyos consejos de dirección iban a sentarse luego los cerebros del robo. Sólo con la venta del Catalunya Banc, en una subasta de buitres rapiñada por el BBVA, el Estado español da por perdidos más de once mil millones de euros. El Estado Español, o sea, usted y yo, mayormente. En medio de la peor crisis de las últimas décadas, mientras se siguen destruyendo docenas de miles de puestos de trabajo y la economía cae en picado, el Santander, el BBVA, el Popular y el Sabadell publican unos beneficios que cuadruplican los de 2013. Y a cambio, igual que con Tony Leblanc, recortes de periódico. Adiós, panolis.
(1) Autor : David Torres. Publicado en Publico.es
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